El 60% de todas las enfermedades infecciosas en humanos son de origen animal y están estrechamente vinculadas con la degradación del medioambiente. El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente Programa ONU Medio Ambiente, explica el impacto en las personas y las economías.
En las últimas décadas, las enfermedades zoonóticas, aquellas transferidas de animales a humanos, han ganado atención internacional. El ébola, la gripe aviar, la gripe por el virus H1N1, el síndrome respiratorio del Medio Oriente (MERS), la fiebre del Valle del Rift, el síndrome respiratorio agudo severo (SARS), el virus del Nilo Occidental, el virus del Zika y el nuevo COVID-19 han causado pandemias o han amenazado con causarlas, y han dejado miles de muertes y grandes pérdidas económicas.
Los investigadores aún no han identificado el punto exacto en el que el virus SARS-CoV-2 se transmitió de animales a humanos y se presentó en la forma de COVID-19. Pero una cosa está clara: ésta no será la última pandemia.
En 2016, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) levantó las alarmas sobre el aumento mundial de las epidemias zoonóticas. Específicamente, señaló que 75% de todas las enfermedades infecciosas emergentes en humanos son de origen animal y que dichas afecciones están estrechamente relacionadas con la salud de los ecosistemas.
Actividad humana y ecosistemas
Según el informe Fronteras 2016 del PNUMA, las zoonosis son oportunistas y prosperan cuando hay cambios en el medio ambiente, en los huéspedes animales o humanos, o en los mismos patógenos.
En el siglo pasado, la combinación entre el crecimiento de la población y la reducción de los ecosistemas y la biodiversidad derivó en oportunidades sin precedentes que facilitaron la transferencia de los patógenos de animales a personas. En promedio, una nueva enfermedad infecciosa emerge en los humanos cada cuatro meses, según el informe.
Cambios en el medio ambiente
Las actividades humanas han resultado en alteraciones importantes en el medio ambiente. Al cambiar el uso del suelo para los asentamientos, la agricultura, la tala o las industrias y sus infraestructuras asociadas, se ha fragmentado o invadido el hábitat de los animales. Se han destruido zonas de amortiguamiento naturales, que normalmente separan a los humanos de la vida silvestre, y se han creado puentes para que los patógenos pasen de los animales a las personas.
La situación se ha exacerbado a causa de la crisis climática provocada por el aumento sin precedentes de las emisiones de gases de efecto invernadero en nuestra atmósfera. Los cambios en la temperatura, la humedad y la estacionalidad afectan directamente la supervivencia de los microbios en el medio ambiente, y la evidencia sugiere que las epidemias serán más frecuentes a medida que el clima siga transformándose.
Las consecuencias repentinas del cambio climático afectan de forma desproporcionada a las personas con menos recursos, lo que aumenta su vulnerabilidad y amplifica las posibilidades de propagación de las enfermedades zoonóticas.
Cambios en los huéspedes de los patógenos
Las actividades humanas también pueden derivar en transformaciones de las poblaciones que sirven como huéspedes de ciertos patógenos. Por ejemplo, la migración, la urbanización, las preferencias dietéticas, las demandas comerciales y los viajes.
En muchos países en desarrollo, el crecimiento económico y la transición de zonas rurales a urbanas han estimulado la demanda de productos lácteos y cárnicos. Esto ha llevado a la expansión de las tierras de cultivo y a una ganadería más intensiva cerca y alrededor de las ciudades, lo que resulta en un aumento de la exposición a las enfermedades.
El ganado a menudo sirve como un puente epidemiológico entre la vida silvestre y los humanos, como en el caso de la gripe aviar. Los patógenos primero circularon de aves silvestres infectadas a aves de corral, y luego pasaron a los humanos.
La proximidad a diferentes especies en mercados húmedos o el consumo de animales silvestres también pueden facilitar la transmisión de animal a humano. Los primeros casos de SARS se asociaron al contacto con civetas enjauladas en un mercado, y se cree que algunos casos de ébola en África Central se transfirieron de huéspedes animales a humanos cuando se consumió carne de gorila infectada.
La incubación, que es el tiempo entre la infección humana y el momento en el cual la persona presenta síntomas, puede durar días o semanas. Pero todos los días millones de personas viajan de un país a otro en tan solo horas. Una enfermedad que se origina en un país puede propagarse rápidamente a otros, independientemente de las distancias entre ellos. Esto es particularmente visible en la rápida propagación del COVID-19, que afectó a casi todas las naciones del mundo durante los tres meses posteriores al primer caso reportado.
Cambios en los patógenos
Los patógenos cambian genéticamente (mutan) a medida que evolucionan, lo que les permite explotar nuevos huéspedes y sobrevivir en nuevos entornos. Un ejemplo de esto es la resistencia emergente de los patógenos a los medicamentos antimicrobianos (como antibióticos, antifúngicos, antirretrovirales y antipalúdicos), que a menudo resulta del uso indebido de los medicamentos, ya sea en personas o animales.
Integridad de los ecosistemas y salud humana
Los ecosistemas son inherentemente resistentes y adaptables y, al sustentar la existencia de diversas especies, ayudan a regular las enfermedades. Cuanto más biodiverso es un ecosistema, más difícil es que un patógeno se propague rápidamente.
La acción humana ha modificado las estructuras de la población de vida silvestre y ha diezmado la biodiversidad a un ritmo sin precedentes, produciendo condiciones que favorecen a ciertos vectores y/o patógenos, o a un huésped en particular.
La diversidad genética proporciona una fuente natural de resistencia a las enfermedades entre las poblaciones animales. Por ejemplo, la cría intensiva de ganado a menudo produce similitudes genéticas dentro de rebaños y manadas, lo que aumenta la susceptibilidad de estos animales a la propagación de patógenos provenientes de la vida silvestre.
Las áreas biodiversas permiten que los vectores transmisores de enfermedades se alimenten de una gran variedad de huéspedes, algunos de los cuales son reservorios de patógenos menos efectivos. Por el contrario, cuando los patógenos se encuentran en áreas con menos biodiversidad, la transmisión puede amplificarse, como se ha demostrado en el caso del virus del Nilo occidental y la enfermedad de Lyme.
“Estamos íntimamente interconectados con la naturaleza, nos guste o no. Si no cuidamos la naturaleza, no podemos cuidar de nosotros mismos", dijo la directora ejecutiva del PNUMA, Inger Andersen.
¿Qué podemos hacer?
Abordar el surgimiento de las enfermedades zoonóticas implica atender su principal causa, es decir, el impacto de las actividades humanas en los ecosistemas.
Esto significa reconocer las estrechas relaciones entre la salud humana, animal y ambiental. Significa un mayor monitoreo de la salud humana y de la vida silvestre en paisajes que están al comienzo de un proceso de transformación para conocer las líneas de base, mejorar la comprensión y la preparación para posibles brotes y ofrecer información a las actividades de desarrollo con el fin de minimizar los riesgos tanto para los humanos como para la naturaleza. Y se requieren esfuerzos de colaboración, multisectoriales, transdisciplinarios e internacionales, como se resume en el enfoque “Una salud” de la Organización Mundial de la Salud.
Andersen enfatiza que 2020 es "un año en el que tendremos que reformar desde la raíz nuestra relación con la naturaleza", cuando la población global que habita el planeta se está acercando a los 10.000 millones de personas.
El PNUMA, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y cientos de socios en todo el planeta están lanzando una iniciativa para prevenir, detener y revertir la degradación de los ecosistemas en todo el mundo durante los próximos 10 años. La Década de las Naciones Unidas para la Restauración de los Ecosistemas 2021-2030 es una respuesta a la pérdida y degradación de los hábitats y se centrará en la creación de voluntad política y capacidades para restablecer la relación de la humanidad con la naturaleza.
La Década es una respuesta directa al llamado de la ciencia, tal como se articula en el informe especial sobre El Cambio climático y la tierra del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), y a las decisiones tomadas por todos los Estados miembros de la ONU en las Convenciones de Río sobre cambio climático y biodiversidad y la Convención de las Naciones Unidas de lucha contra la desertificación. El PNUMA también está trabajando con los líderes mundiales para desarrollar un nuevo y ambicioso Marco Global de Biodiversidad Post-2020 y llevar los problemas emergentes (como las zoonosis) a la atención de los tomadores de decisiones.
A medida que el mundo responda y se recupere de la pandemia actual, se necesitará un plan sólido para proteger la naturaleza, de modo que la naturaleza pueda proteger a la humanidad.
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